Gregorio Araoz de Lamadrid, en 1825, encabezó una revolución en Tucumán, y se hizo cargo del mando. Poco después, en una elección popular, se lo designó en propiedad. El gobierno nacional desaprobó su conducta. Mientras tanto, los gobernadores Bustos y Quiroga pretendieron exigirle que desconociera a las autoridades centrales. Se negó y éstos llevaron la guerra contra aquella provincia. El 27 de octubre de 1826 se enfrentaron en El Tala. Facundo estaba prácticamente derrotado cuando una bala derribó a Lamadrid. Sin embargo, el coronel se trenzó en fiera lucha con varios soldados, hasta que cayó exhausto.
Los enemigos, creyéndolo muerto, lo dejaron desnudo, tras inferirle quince heridas de sable. ‘En la cabeza –escribió Lamadrid-, dos en la oreja derecha, una en la nariz que me la volteó sobre el labio, y un corte en lagarto en el brazo izquierdo, más un bayonetazo en la paletilla y junto al cual me habían disparado el tiro para despenarme, tendido ya en el suelo. Me pisotearon después de esto con los caballos, me dieron culatazos y siguieron su retirada...’
Tres de sus hombres, decididos a no dejar su cuerpo en manos del adversario, volvieron al campo de batalla una vez ésta terminada. Hallaron a Lamadrid, según su propio relato, ‘completamente desnudo, todo ensangrentado, privado de mis sentidos, y sin otra prenda que un escapulario de las Mercedes que me había mandado mi señora de Buenos Aires, y un pedazo del cordón con que tenía colgado el reloj al cuello, regado de sangre’.
viernes, 26 de septiembre de 2008
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