jueves, 25 de septiembre de 2008

codex argentinius

(Fragmento 'EL CASO EVA PERÓN', del Dr. Pedro Ara, )
Mas ya recién iniciada la exhibición de sus restos, desde el mismo día 27 de julio de 1952, comencé a conocer opiniones increíbles tanto por lo que manifestaban como por la categoría de las personas responsables. No es cono para abrir con ellas un capítulo de absurdos; pero no se los puede pasar por alto, porque tuvieron su trascendencia. Indudablemente constituyeron el germen de la serie de bulos que rodando, rodando durante tres años, llegaron hasta el Gobierno provisional y en octubre de 1955 lo movieron a investigar si lo que guardábamos en la CGT era realmente o no un cadáver humano. No los vamos a reseñar en todas sus variedades; vaya sólo una síntesis.
Para empezar, una señora extranjera de elevada posición social díjome, adoptando un aire misterioso:
-Yo no sé, doctor, lo que han hecho con esa pobre mujer, pues la han dejado reducida al tamaño de una muñeca; seguramente no llega a un metro de la cabeza a los pies.
Por lo visto, según nuestra dama, habíamos resuelto el que creíamos insoluble aunque inútil problema de encoger los huesos en veinticuatro horas y sin sacarlos del cuerpo.
Unas señoras, confundiendo las sombras producidas por las luces del otro lado con el color de la piel, afirmaban muy serias que se estaba poniendo negra.
Otras, en cambio, sostenían que era imposible que a la señora se le hubiera podido conservar tan bonita; debía de ser artificial, y sin detenerse aquí, pasaron a propalar que desde semanas o meses antes de la muerte ya se tenía preparada otra cabeza estupendamente imitada.
Para algunos, sólo era verdad lo que se veía a través del óvalo del cristal: es decir, la cabeza y el cuello, todo lo demás –afirmaban, segurísimos- hubo de ser quemado a causa de la enfermedad.
Poca mella me hacían tan fantásticas observaciones; más me indujeron a sospechar lo que en éste y en otros aspectos de la exhibición iba a ocurrir, y a pensar en que el consejo de dar fin al espectáculo del velorio debía ser incluido en mi carta del 29 de julio al Presidente. Y eso que aún no conocía el fabuloso proyecto de no sé quién, según el cual un cortejo fúnebre nunca visto llevaría la figura yacente de Evita en exposición por todas las provincias y territorios argentinos durante varios meses.
Desde luego, por lo conversado con el general Perón, el día 6 de agosto, puedo afirmar que semejante traslado no estuvo jamás en la imaginación del Presidente.

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