miércoles, 30 de julio de 2008

Los sistemas totalitarios: legitimidad y autoridad (2/3)

La ideología no pudo desarrollar una legitimidad basada en su actuación en el terreno socioeconómico.
Aquí vale el caso señalar una diferencia importante. Una cosa es un gobierno autoritario, y otra el totalitarismo o gobierno totalitario.
Los regímenes totalitarios se definen por la existencia de un partido único, generalmente dirigido por un solo hombre, una policía secreta poderosa y omnipresente, una ideología muy desarrollada que sostiene un ideal de sociedad que el movimiento totalitario se compromete a realizar, y la penetración y control por parte del gobierno de las comunicaciones de masa, de todas las organizaciones sociales y de masas y de la economía. Los gobiernos autoritarios tradicionales se caracterizan por la existencia de un único líder o pequeño grupo de líderes, ningún partido o uno débil, ninguna movilización de masas, mentalización, pero no una ideología, gobierno limitado, pluralismo limitado y ningún esfuerzo por reformar la sociedad.
La legitimidad de los regímenes totalitarios decae en cuanto se agotan las opciones, se incumplen las promesas y avanzan las frustraciones. La ausencia de mecanismos de autorenovación erosiona la legitimidad. Este problema es más significativo en las dictaduras personalistas, como en el régimen castrista, donde se torna imposible la autorenovación debido a la naturaliza misma del régimen.
En las democracias, la legitimidad de los gobernantes depende de su actuación, de la satisfacción de las expectativas de los votantes. La legitimidad del sistema depende de sus procedimientos, de la calidad de las elecciones. Un gobernante fracasa en su actuar y otro ocupa su lugar. La pérdida de la legitimidad de los gobernantes por su desempeño refuerzas la legitimidad del sistema.
Al enfrentarse al desgaste de su legitimidad, el régimen totalitario puede responder negándose a reconocer su debilitamiento mediante manifestaciones de fuerza de diversa índole, con la esperanza o la convicción de que de algún modo pueden sobrevivir en el poder, lo que le provoca un desgaste mayor y más rápido. Los delirios personales de muchos dictadores alimentan esta tendencia. El régimen puede intentar sobrevivir volviéndose cada vez más represivo. Otra medida puede ser el cambio del máximo líder, como ocurrió en China en 1989. Si la coalición o el grupo gobernante llegan a un acuerdo al respecto pueden retrasar significativamente la llegada del fin.
Para sobreponerse al deterioro, algunos regímenes han intentado tomar medidas democratizantes. Ensayan cierta apertura económica, liberalizan sectores no estratégicos del monopolio estatal, crean cierta apariencia de libertades civiles. Pero por lo general esto les resulta contraproducente. Una vez debilitado someramente el control absoluto, los elementos de la democratización cobran fuerza, aparecen los reformadores que comienzan a dar batalla a los conservadores, y por lo general el régimen siente pánico y se ve ante dos alternativas o regresa a formas de represión abiertas o inicia el tránsito a la democracia.

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